jueves, 4 de abril de 2013

La guerra suave

Aquí os dejo un documental de David Segarra sobre cómo se utilizan el cine, la televisión y otros medios de comunicación para hacer propaganda, es decir, para transmitir valores e ideologías al servicio de ideales políticos, sociales o económicos pocas veces loables o beneficiosos para la humanidad, tendentes a crear enemigos y a justificar acciones autoritarias y antidemocráticas por parte de los propios gobiernos.


Aquí no se trata de conflictos más o menos abiertos con los "enemigos" (el Irán de los ayatolás o la Venezuela chavista, por ejemplo) sino de manipulaciones o seducciones casi inconscientes o subliminales destinadas sobre todo a la juventud. Se trata por tanto de una inteligente estrategia de invasión sutil que se sitúa en el terreno de las artes y de la imagen moderna, cuyo fin último es la imposición del sistema capitalista y de la cultura norteamericana a todo el mundo.

Por cierto, a propósito de la vida real en el Irán de la revolución islámica, de los prejuicios, del extremismo religioso y demás conflictos de la vida diaria en Irán, podemos disfrutar del cómic Persépolis, realizado por  Marjane Satrapi, así como de su correspondiente versión cinematográfica, de la que aquí os dejo el tráiler:



Por otra parte, en situaciones de conflicto abierto, lo más habitual es que los directores de cine comercial opten no por la denuncia sino por las versiones edulcoradas de la guerra, esas historias de heroísmo bélico en las que importa mucho que no se note el veneno: la muerte, el sufrimiento indecible, la destrucción total y absoluta que las guerras provocan.

De este modo, asistimos a uno de los más frecuentes casos de intoxicación informativa y de manipulación de las mentes al servicio de los poderosos, al servicio de todos esos que mandan a matar y a morir por causas pocas veces comprensibles y que nunca se pondrán en primera fila en el campo de batalla.

Afortunadamente, hoy incluso el cine de muchas de las grandes compañías norteamericanas hace películas en que -con más o menos recurso al tono épico habitual-, queda patente y desnuda la realidad del sufrimiento humano. Pienso, sin ir más lejos, en cintas como Salvar al soldado Ryan (1998) de Steven Spielberg o Banderas de nuestros padres (2006) de Clint Eastwood, que no dejan de tener héroes del propio bando peroal menos revelan de forma veraz y realista lo que Goya llamaba "los desastres de la guerra".

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